Carta Pastoral a las Catequistas en el Año de la Fe

Muy queridos amigos:
Sabéis muy bien que la Iglesia ha recibido como misión transmitir lo que ella ha recibido (Cf. 1 Cor. 11, 23; 15,3). Ésta es la misión de la catequesis y del catequista (cf. Concilio Vaticano II. Decreto Christus Dominus, nº 14).
1. Quisiera invitaros, antes de nada, a intimar con Jesucristo, de forma muy especial durante este año. Para comunicar su Buena Noticia a otros es necesario “estar con Él” y “seguirlo”. Necesitamos conocer bien quién es, dónde está, qué nos enseña y confía. Así podremos dar respuestas de Él “distintas” a quienes no le conocen más que superficialmente o de oídas, pero no desde una experiencia íntima (cf. Jn. 1, 32). Nadie da de lo que no tiene. El catequista ha de “ver lo invisible” y fiarse plenamente de lo que Dios le encomienda para “en su Nombre” depositar la semilla del Evangelio en tierra buena.
El Año de la Fe, se nos dice en las Sugerencias pastorales, debe “contribuir a una verdadera conversión al Señor Jesús y al redescubrimiento de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia sean para el mundo actual testigos gozosos y convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar la ‘puerta de la fe’ a tantos que están en búsqueda de la verdad. Esta ‘puerta’ abre los ojos del hombre para ver a Jesucristo presente entre nosotros (Cf. Mt. 28, 20). Él nos enseña cómo ‘el arte de vivir’ se aprende en una relación intensa con Él” (Nota de la Congregación para la doctrina de la fe, del 6 de enero de 2012).
Vuestro testimonio cristiano al ofrecer y presentar a las nuevas generaciones la salvación de Jesucristo, Hijo de Dios, en un ambiente, más de una vez, de sospecha, desconfianza y hasta de desprecio, nos hace recordar una de las constantes de la Iglesia primitiva: “somos testigos”. Así lo dijo Pedro el día de Pentecostés: “a este Jesús, Dios le resucitó: de lo cual todos nosotros somos testigos” (He. 2, 32-33).
2. El catequista ha sido elegido por Dios para ser mensajero de sus verdades reveladas, para ofrecer esperanza a los nuevos cristianos, para ser testigos de su amor. La Iglesia acepta y apoya vuestra respuesta. Es muy consciente de que lleváis “el gran tesoro” que proclamáis, a Jesucristo Resucitado, en vasijas de barro. Por eso, al tiempo que la comunidad cristiana admira vuestra entrega generosa, también ora y reconoce vuestra vocación y se preocupa de vosotros.
Consciente de esa llamada del Señor, el catequista se siente, en todo momento, enviado por la Iglesia. Desde este planteamiento nacerá en él su fidelidad y cercanía íntima a Jesucristo, unidos a un amor sincero a la Iglesia, que pone en sus manos los tesoros que Cristo le ha confiado.
Al transmitir su fe al catequizando deberá decir en su interior: esta es la fe que he recibido y que ha puesto la Iglesia en mis manos, esta es la fe que debo trasladar con fidelidad, pues se trata la fe de la Iglesia, no la mía. El catequista, por todo ello, trata de transparentar la alegría de ser apóstol de la Iglesia ante el grupo y se encomienda al Señor para llevarles a su encuentro, sobre todo a través de la Palabra de Dios.
3. Probablemente el mayor desafío o urgencia en el momento presente para el catequista es su formación. Ha de tomar conciencia clara de la realidad en que se mueve y de la situación de las personas a las que se dirige. Ha de ser evangelizado para que su testimonio sea siempre vivo y eficaz.
En esto radica una de sus preocupaciones que suelen comentarme en las parroquias durante las visitas pastorales. Echan en falta una formación bíblica, teológica, pastoral y pedagógica más sólida, actualizada y profunda. A veces unen a su escasa formación la falta de resultados, aunque habría que recordar también que es Dios quien hace germinar la semilla, no nosotros.
Me consta de la preocupación en este campo por parte de la Delegación Episcopal de Catequesis, de los arciprestazgos y parroquias. Es también una preocupación que comparto como el primero y todo lo que avancemos en este campo será poco.
En un Encuentro del Santo Padre, Benedicto XVI, con los Obispos de Camerún, en el año 2009, les dijo estas preciosas palabras que hacemos nuestras y apliquemos a la realidad diocesana: “En nuestro ministerio de anunciar el Evangelio os ayudan también otros agentes de pastoral, especialmente los catequistas. En la evangelización de vuestro país han tenido y desempeñan todavía un papel determinante… por tanto, la formación humana, espiritual y doctrinal es esencial”. Esta realidad demanda nuestra reflexión conjunta para idear nuevas formas y medios a favor de esta formación del gran número de catequistas en la Iglesia diocesana, además de los actuales, si fuera posible.
Saben muy bien que deben servirse del Catecismo de la Iglesia Católica, de su Compendio, de los catecismos aprobados por la Conferencia Episcopal Española y los subsidios diocesanos, pero, probablemente, además de estos medios, necesiten los catequistas contar, sobre todo, con la experiencia de Dios y hacer de esa experiencia el criterio fundamental de su vida para su dedicación catequística. También su formación deberá discurrir por esos cauces.
4. Siendo consciente de lo mucho y bien que se trabaja en este campo de la evangelización, porque también vengo así escuchándolo reiteradamente en muchas parroquias, quiero resaltar la imprescindible colaboración de los padres y familia para la transmisión de la fe en la iniciación cristiana de los niños.
No pueden seguir siendo algunas familias que envían a sus hijos en la catequesis, ciertamente son las menos, hogares donde se silencia a Dios en aras, dicen, de un neutralismo religioso, o por sus muchas ocupaciones. Por el contrario, debemos procurar por todos los medios implicar, cuanto sea posible, a la familia por ser la primera y fundamental escuela de fe. Posiblemente el fallo principal en las catequesis de los últimos años haya podido ser la falta de implicación y colaboración de los padres en no pocos casos.
Quisiera también, antes de finalizar esta carta invitar a todos los implicados en esta urgente tarea eclesial, como lo es la transmisión de la fe, servirse también de las recientes redes sociales. Todos esos medios, como páginas webs, facebook, twitter… pueden resultar contraproducentes y enemigos de esta educación si se utilizan mal, pero también pueden ser eficaces aliados, si aceptamos el reto de aplicarlos correctamente a tareas catequéticas o de apoyo.
El mismo Papa actual nos dice que “hay que darle alma al ininterrumpido flujo de la red… ofreciendo a los hombres que viven en este tiempo ‘digital’ los signos necesarios para conocer al Señor”.
Estos servicios podrán incluso llevar la fe a los alejados de la Iglesia y no creyentes, pues, como también escribe Su Santidad, Benedicto XVI, la red podrá convertirse en una especie de “pórtico de los gentiles” en donde se ofrezca, a quienes desconocen y no aceptan a Dios, un espacio en el que puedan seguir buscando. (cf. Discurso del 24 de abril de 2010).
Un pagano del siglo II, Plinio, en una carta que escribe al emperador Trajano, dice que la evangelización se llevó a cabo por contagio, es decir, por el propio dinamismo de la fe bautismal. Todos somos catequistas y misioneros.
Con mi saludo agradecido y bendición.
+ RAMÓN DEL HOYO LÓPEZ, OBISPO DE JAÉN

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