Suelen ponerse durante estos días, en las cadenas de televisión, películas, sobre todo americanas, en que se alude al espíritu de la Navidad.
Se pretende, al parecer, hacernos pensar claramente que los días navideños deben reinar entre nosotros la concordia, la reconciliación, la generosidad, etc. Y uno se pregunta: ¿por qué sólo durante esos días y no durante todo el año?
También en nuestras ciudades y pueblos se rodea todo de un ambiente navideño: luces en las calles y comercios, belenes, árboles de Navidad, felicitaciones, regalos, comidas familiares y de amigos. Suelen aparecer también rasgos muy positivos de solidaridad, pero se impone, sobre todo, un ambiente fuertemente consumista, dándonos a entender que cuanto más consumamos más felices seremos.
Hace unos días me preguntó una niña, de unos doce años, en un Colegio de Jaén, después de haberme enseñado su Director los alimentos que habían entregado los alumnos y profesorado para repartirlos: “¿dónde están los pobres?”.
Importante pregunta de quien desee acercarse a la verdadera Navidad. Esta niña apuntaba a lo esencial.
Es tiempo ciertamente de especial alegría y de profunda reflexión.
De alegría para el creyente porque sabe que Dios no se ha limitado a enviarnos ángeles como mensajeros suyos y profetas que preparaban el inconcebible acontecimiento futuro de la Encarnación de Dios en el seno de una mujer, María de Nazaret. Es que vino a nosotros el mismo Dios haciéndose hombre, y desde entonces, la divinidad se ató a nuestra humanidad con lazos de amor tan fuertes que nadie podrá ya desatar.
Camina con nosotros. Dios y el hombre se encuentran. Dios bajó hasta nosotros para elevar nuestra dignidad a límites insospechados. ¡Cómo no cantar y alegrarnos ante este misterio de fe y de amor!
Días de Reflexión también. Dos viajeros de Nazaret de hace dos mil años, José y María, no encontraron posada en Belén, la ciudad de David. Tuvieron que refugiarse en una gruta habilitada para establo y, a María Virgen, le llegó allí la hora de dar a luz. Desprovista de toda asistencia, en la noche y en un albergue destartalado. Ahí va a nacer, ¡qué paradoja!, quien iba a ser la luz del mundo y el rey del universo.
Aquella cueva sería su palacio y, por trono, un pesebre. Sus primeros embajadores, unos pastores; más adelante serían ciegos, paralíticos, cojos y enfermos. Al final de su vida le coronan con espinas, muere en una cruz y, sobre ella, colocan un letrero para mofarse de él. Estaba escrito: “Éste es el Rey de los judíos”. Sin buscarlo, proclamaron su verdad.
Quienes creemos y seguimos a Jesús de Nazaret examinaremos estos días nuestra conciencia ante el Nacimiento. ¡Cuánto se aprende delante de tanta humildad, pobreza y sencillez! Es Dios hecho niño, indefenso y llamando a nuestra puerta para que le abramos nuestra casa. Ésta sí es la Navidad.
Es Navidad, sobre todo, para tantos hermanos nuestros desfavorecidos por la vida, pero con rostros propios. A ellos sí llegan, más que a nadie, los destellos de la luz de aquel portal.
Nos enseñan y animan a vivir sencillamente “para que ellos puedan, sencillamente vivir”.
Esta es la Navidad que deseo para todos, junto con mis felicitaciones que quiero hacer llegar a todos los fieles de Jaén, se encuentren lejos o cerca de nosotros; a los hermanos cristianos de otras confesiones; a los hombres y mujeres de todas las religiones y a todos los ciudadanos e inmigrantes, creyentes o no.
¡Feliz Navidad y un Año Nuevo colmado de las bendiciones de Dios!
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén
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