1. Hablar del mes de mayo a los cristianos de Jaén es hablarles del mes de María por excelencia, de oraciones marianas y romerías, de flores en sus cruces, de cantos y poesía.
En todas las parroquias, monasterios, comunidades religiosas y en muchos centros de enseñanza, se hace el ejercicio de las flores y se honra a nuestra Madre del cielo de una u otra forma.
Son muchas las familias cristianas que tienen la costumbre de peregrinar al santuario de su ciudad o comarca para ofrecerse al Señor ante una imagen querida de María. ¡Preciosa costumbre! Son herencias generacionales que nunca deberíamos perder, ni permitir romper la cadena que se remonta a sus antepasados.
Cierto que las circunstancias actuales han cambiado, pero el “espíritu” de esta devoción a María Santísima es el mismo. Más aún, los motivos para hacerlo y seguir nuestras tradiciones religiosas son todavía más fuertes por ello. De nosotros depende.
2. Durante todo el mes de mayo continuamos celebrando la alegría y el triunfo de la Resurrección de Cristo.
La esperanza y certeza de la resurrección de Jesús sobre la tierra, durante aquellos tres días que permaneció en el sepulcro, se había cobijado en el corazón de María Santísima, su Madre.
Escribió el Papa, recientemente canonizado, Juan Pablo II, que ciertamente: “Los evangelios no nos hablan de una aparición de Jesús resucitado a María” y, añade: “de todos modos, como ella estuvo de manera especialmente cercana a la cruz de su Hijo, hubo de tener también una experiencia privilegiada de la resurrección” (Discurso en el Santuario de Ntra. Sra. de la Alborada, Guayaquil, 31 de enero de 1985).
Se cuenta que Santo Tomás de Aquino cada año, en esta Fiesta de todas las Fiestas del año litúrgico, aconsejaba a sus oyentes que no dejaran de felicitar a la Virgen por la resurrección de su Hijo.
Es lo que hacemos en el pueblo de Dios. En lugar del Angelus rezamos, durante este tiempo, el Regina Coeli, diciéndole a la Virgen: “Alégrate Reina del cielo ¡Aleluya!, porque al que mereciste engendrar, ¡Aleluya!, resucitó como lo dijo, ¡Aleluya!. Ruega por nosotros a Dios, ¡Aleluya. Alégrate y regocíjate, Virgen María, porque verdaderamente ha resucitado el Señor. ¡Aleluya!”.
De la mano de nuestra Madre del cielo, junto al calor de la llama del cirio pascual, ponemos nuestras vidas de muerte y cruz, de vida y esperanza, junto a la “luz de Cristo”.
3. No es demasiado difícil vivir con el espíritu nuevo de la resurrección si lo hacemos junto a nuestra Madre la Virgen. Es la verdad trascendental de nuestra fe, que se cumplió ya en María en su Asunción y que se cumplirá un día también en nosotros.
El apóstol san Pablo llega a escribir que, si Cristo no resucitó, sería vana su predicación y nuestra fe. Seríamos, dice, los hombres más desgraciados. Lo tenía muy seguro y por eso repetía de ciudad en ciudad: “que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras”. (1 Co 15, 4).
Vivamos y anunciemos la alegría pascual. Caminemos con María de Nazaret, la persona humilde, piadosa, trabajadora, olvidada de sí misma para darse a los demás, servicial, siempre dócil para aceptar lo que Dios le pedía, incluso no entendiéndolo… Serían estas virtudes las mejores flores de este mes en honor de nuestra Madre del cielo.
¡Venid y vamos todos…!
Feliz Pascua y mes de mayo.
+Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén
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